Córdoba y su ADN Clerical. La verdad de Primatesta
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PRIMERA PARTE
CÓRDOBA Y SU ADN CLERICAL. ESCRIBE ALEXIS OLIVA.
Para los cordobeses memoriosos, el Bicentenario de la Revolución de Mayo implica una mezcla de orgullo nacional y vergüenza provincial. Porque en 1810 Córdoba, fue sinónimo de contrarrevolución, realista y clerical. La Córdoba conservadora que se opuso a la Revolución de Mayo ha tenido como principal fuente de inspiración a la Iglesia Católica, que paradójicamente también ha proporcionado algunas figuras a la Córdoba rebelde. Aquella contrarrevolución que en 1810 desafió desde Córdoba a la Primera Junta, fue encabezada por el ex virrey Santiago de Liniers con el apoyo del obispo Rodrigo Antonio de Orellana y el clero local. Al ser sofocada, el propio deán Gregorio Funes -partidario de la gesta de Mayo- intercedió para que no fuera fusilado junto a los realistas, alertando que la revolución "vendría a tomar desde aquel momento el carácter de atroz y aun sacrílega, en el concepto de unos pueblos acostumbrados a postrarse ante sus obispos". Y así fue que, en palabras de un furioso Mariano Moreno, "respetaron sus galones y cagándose en las estrechísimas órdenes de la Junta" los enviaron a Buenos Aires. Finalmente, Liniers y otros cuatro líderes de la conjura fueron ejecutados en Cabeza de Tigre, pero al obispo Orellana lo perdonaron, fue preso a Luján y pudo terminar sus días al frente de otro obispado en España. El episodio es emblemático, tanto que el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918 -hito fundacional de la "otra" Córdoba- lo menciona: "Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo 20, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana. La rebeldía estalla en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo". El encendido texto coincidía con la caracterización, irónica y metafórica, que a mediados del siglo XIX hacía Domingo Faustino Sarmiento en su Facundo - Civilización y barbarie: "El espíritu de Córdoba hasta 1829 es monacal y escolástico; la conversación de los estrados rueda siempre sobre las procesiones, las fiestas de los santos, sobre exámenes universitarios, profesión de monjas, recepción de las borlas de doctor. (...) ¿Qué mella haría la revolución de 1810 en un pueblo educado por los jesuitas y enclaustrado por la naturaleza, la educación y el arte?
SEGUNDA PARTE
La hermandad entre la jerarquía de la Iglesia Católica y los sectores más reaccionarios de las Fuerzas Armadas tuvo históricamente en Córdoba un escenario privilegiado. Su jornada más triunfal fue aquel "Desfile de la Victoria" de la "Revolución Libertadora", el 22 de septiembre de 1955, días después del derrocamiento de Juan Domingo Perón. Las calles de "la docta" rebosaban algarabía y olían tanto a pólvora como a incienso, mientras pasaba una enorme carroza con la cruz y la V de la victoria. Con el general Eduardo Lonardi -protagonista- y el arzobispo Fermín Laffite -ideólogo- a la cabeza, soldados, sacerdotes, comandos civiles y monjas, se hermanaban entre la multitud en el festejo central de la gesta contra el -desde entonces- "tirano prófugo", quien curiosamente había privilegiado a Córdoba con su política industrial. Es elocuente la frase con que ese brillante antiperonista que se llamó Jorge Luis Borges se anoticia a sí mismo en el cuento El Otro: "Buenos Aires, hacia mil novecientos cuarenta y seis, engendró otro Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la provincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos". En su libro Cristo Vence, el periodista Horacio Verbitsky nos recuerda que los tanques rebeldes que "recorrieron las calles de Córdoba y los aviones que la sobrevolaron llevaban pintada una cruz dentro de una letra V, como los aviones que tres meses antes habían bombardeado Buenos Aires" y revela hasta qué punto fue decisiva la participación de la Iglesia en la preparación de un golpe que llevaba el sello cordobés. Pero también, en La violencia evangélica, refiere que el cristianismo progresista realizó días antes del Cordobazo, en Colonia Caroya, un masivo encuentro nacional de Sacerdotes para el Tercer Mundo, movimiento que tuvo como antecedente un pronunciamiento de fuerte contenido social de tres sacerdotes cordobeses, respaldado por el entonces rector del Seminario Mayor, Enrique Angelelli. A esas tensiones se ocupó de aflojarles tirantez ese hábil equilibrista que fue Raúl Francisco Primatesta, quien se inclinaría hacia la derecha cuando le tocó ser el presidente del Episcopado argentino durante casi toda la dictadura iniciada en 1976. La confrontación de Néstor Kirchner primero y Cristina Fernández después con la cúpula de la Iglesia, en asuntos como la despenalización del aborto, la educación sexual, la revisión del terrorismo de Estado, el conflicto del campo, el matrimonio para personas del mismo sexo y los desplantes para evitar ser regañados en los tradicionales Te Deum del 25 de Mayo, no son un elemento menor a la hora de explicar el descrédito de los Kirchner frente a la opinión pública cordobesa. O al menos frente a quienes todavía se conmueven con ese vals de Los del Suquía que le canta a la "ciudad de mis amores, antigua y religiosa, la de la bella estirpe y casta doctoral".
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